Jorge Reynoso Pohlenz

Me atrevo en esta ocasión a utilizar la primera persona y abordar la relación entre arte y educación desde una perspectiva personal, incluso desde un enfoque íntimo. He impartido clases de teoría e historia a artistas aspirantes, así como clases de arte a personas interesadas o inclinadas hacia los procesos creativos que, cultural e históricamente, enmarcamos en el ámbito de “lo artístico”. Debo admitir que esta tendencia laboral y recreativa hacia el arte surgió por un apasionamiento infantil por lo que, ya de adulto, pude nombrar como “experiencia estética”; este tipo de experiencia ha sido para mí una modalidad fundamental de ser en el mundo, aproximándome hacia el ámbito del arte bajo el supuesto de que ahí se encuentra el lugar donde lo estético habita y se despliega plenamente. Muchos de los asuntos relacionados con los estudios de arte – la teoría, la historia, la sociología, etc. – me resultan de mucho interés, pero este interés es secundario con respecto a la experiencia estética, misma que puede distinguirse un poco de la mera masturbación al momento en que puede ser compartida. Por experiencia propia, sé que esta modalidad de experiencia puede aprenderse, formarse y educarse, incluso entumecerse: la emoción que me causó el color de una bugambilia o el rugido del mar hace 35 años es ahora sólo un recuerdo poderoso, recreado y mitificado, pero ahora irrecuperable, enmudecido por componentes maduros y culturales como la belleza de la palabra bugambilia y las virtudes medicinales de la planta. Admitiendo que lo estético es una forma de conocimiento que puede ser aprendido, reservo dudas sobre el provecho social que pueda tener la instrucción estética. El asunto es viejo, y odio volver a transitar el trillado camino que nos lleva hacia el Libro Décimo de la República de Platón, pero las reservas de este filósofo hacia lo poético siguen siendo vigentes, así como su visión de que la aplicación social de una pedagogía que recurra al arte tiene que orientarse hacia el provecho ciudadano. Platón antepuso su amor a la verdad a su amor a la poética homérica, soslayando en esta ocasión que el más puro surtidor de la experiencia amorosa es estético, y proponiéndonos al mismo tiempo que hay amores buenos y amores malos, correctos e incorrectos. Podemos darle un tinte mexicano al problema, comentando que Alfonso Reyes reconoció el depurado sentido estético de las culturas prehispánicas, pero rechazó ofrecer a este sentido el mismo estatus que entendía para el arte griego antiguo, vinculado integralmente para él con la ética y otras ramas filosóficas. Un muro atiborrado de cabezas humanas cercenadas pudo producir una experiencia estética que ahora reconocemos tan incorrecta como las belleza de los camuflajes, carteles, armamentos e himnos fascistas, o la pederastia tolerada en la aristocracia griega bajo el parámetro mítico del rapto de Ganímedes por Zeus. Por otro lado, el arte puede ser un instrumento o marco propicio para orientarnos hacia la conciencia social o ecológica. El que sea posible que mil personas puedan permanecer por dos horas en relativo silencio escuchando a más de cien músicos organizados y mal remunerados interpretando música de un compositor muerto representa la posibilidad de que los seres humanos podemos ser mejores, pudiendo admitir este concepto de mejoría un espectro amplio de connotaciones. Sin embargo, este ejemplo puede ser considerado histórica y moralmente positivo en el caso de un concierto soviético durante el asedio nazi, y negativo cuando tratamos de recrear una interpretación wagneriana en Berlín coincidente con los traslados de inocentes a campos de concentración. Tendríamos que reconocer, o por lo menos yo lo reconozco, que las relaciones entre arte y educación, o arte y comunidades, consiste en aplicaciones selectivas de ámbitos que, si bien no son ajenos, no establecen su vínculo a partir del bien, lo correcto o lo positivo. Su vínculo es a partir de un parámetro que, como la naturaleza, es amoral: es el de la necesidad de expresión de los extremos existenciales: la vida y la muerte.


 

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