Ricardo Caballero

En una ocasión tuve la oportunidad de ver una exposición fotográfica hecha por ciegos. No podía salir de mi asombro ante la capacidad del sistema artístico y sus delicados engranajes teóricos y estéticos para absorber, reglamentar y legalizar fenómenos creativos que en apariencia nos resultan extraños o lejanos. Entender que un ciego podía hacer fotografías me pareció el colmo del romanticismo y la compasión. Mirando con atención aquellas fotografías me di cuenta que eran, a pesar de todo,  buenos productos; imágenes elaboradas que eran capaces de generar un discurso formal coherente y, por ende, una discusión seria y real entorno a ellas.

No obstante, no podía alejar el antencedente, casí mórbido, de que eran fotos hechas por personas carentes de vista.

De la misma manera contemplo el proyecto mostrado en el MUAC meses atrás donde quedaron expuestas docenas de fotografías hechas por pacientes psiquiátricos, mujeres y hombres, que viven recluídos en cárceles del DF. ¿Son estas también poseedoras de esa carga marginal que sostiene un argumento estético o conceptual?

Partiendo de los micro dramas que rodean algunas actividades creativas con grupos específicos –incluyendo la propia en las cárceles psiquiátricas- , no cabe duda que trabajar bajo circunstancias particulares que incluyen riesgos o proezas artísticas se torna excepcionalmente atractivo para un público que, a momentos, es difícil no sólo de convencer, sino de acercarlo a un fenómeno raro en la actualidad: La Conmonción.

Muy al principio de mi proyecto con interno–pacientes consideré varios momentos y resultados que se tornaron excepcionalemente luminosos. El proyecto es y será válido por siempre. Pero siempre hay tiempos de constraste o comparación y más cuando una pieza coexiste y se confronta con dicursos próximos. En este instante me pregunto varias cosas cuyas respuestas las encontraré con prontitud y si no es así tampoco es preocupante. Una de ellas es de carácter estrictamente ético; casi cristiano y moralizante: ¿existe caso alguno cuando lucramos artísticamente con la condición de anonimato y ensombrecimiento de personas que medianamente entienden nuestros argumentos y postulados conceptuales?

Me veo tentado a experimentar una forma de arrepentimiento. Pero no lo haré. ¿Por qué? Bueno, me basta decir que no me adjudico la autoría de las fotos tomadas por la gente con la que trabajé. Esa obra pertence a ellas y ellos. Me considero un simple coordinador o asesor estrictamente técnico. Se me antoja imposible explotar la visión de personas que jamás habían sostenido una cámara fotográfica en sus manos.

Observo con cautela todos aquellos proyectos que hacen de los sitios marginales campos fecundos de trabajo; llámeseles cárceles, manicomios, casas para personas violentadas, etc. No sé  si el artista se convierte en figura altruista; benefactor y procurador de conocimiento y luz o simplemente es un explotador de morbos y curiosidades mal encaminadas. ¿Qué tan válido es que el artista trabaje con personas que invariablemente permenecerán en el anonimato?

Pero hay que entender que los proyectos en sí son multidimensionales y generan fenómenos por separado. En este caso el trabajo directo con personas recluídas se torna próspero en el sentido que cualquier actividad artistica o creativa detona reflexiones personales y en conjunto. Las fotografías podrían carecer de importancia a nivel formal. Son sólo un pretexto para la generación discursos e interpretaciones que acompañan a la imagen. Cada fotografía tiene una historia personal en cuanto a su construcción y eventualidades que rodearon su obtención. Todo esto es claro si se pone atención a los títulos de las fotos. El desarrollo del proyecto y la actividad fue positivo si consideramos que el público   específico terminó satisfecho con sus resultados.

Por otro lado el museo se convierte en una especie de campo de exámen y evaluación de alcances relativos. Es difícil separar a algunos proyectos del asombro banal o la observación lastimera. Creo con firmeza que hay que enteder algunos proyectos con frialdad casi científica y establecer una división entre la discusión seria y auténtica y el juicio lacrimógeno barato o gratuito.


 

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