Amauta García.

Esta tarde me atrevo a hablar desde  mi actividad artística y desde la producción de Jardín de Academus. Estar dentro de la producción me permitió entrever las relaciones conflictivas entre los cuatro actores principales: el museo, el artista, las personas que colaboraron con los proyectos y el público del museo.

Desde mi actividad artística considero que si estamos inconformes con la actualidad del arte contemporáneo y la educación formal en México es necesario revisar, cuestionar  y tensar la actual producción, distribución y  consumo del arte desde nuestro horizonte histórico.

Dicho horizonte se caracteriza por las desigualdades extremas y persistentes debidas a la pobreza, la disparidad entre los sexos, la pertenencia étnica, etc. El ámbito de la educación ilustra esto a la perfección: 8 de cada 10 indígenas no cuentan con educación básica, y únicamente el 1% de los indígenas que cursan la primaria acceden a estudios a nivel superior. Las mujeres mexicanas tienen casi dos veces más probabilidades de ser analfabetas que los hombres. En el caso de las mujeres que hablan una lengua indígena, hay 15 probabilidades más de ser analfabetas que aquellas que hablan español. En las zonas rurales 50% de la población es analfabeta. En los estados sureños jóvenes entre 17 y 22 años estudian la mitad de tiempo que en el resto del país.  40% de los mexicanos tiene un nivel uno o menor de lectura. De los pocos que terminan la educación superior saben que no hay oportunidad de trabajo  con garantías sociales.

No es coincidencia que mujeres, indígenas y jóvenes rechazados de la unam, entre otros, estuvieran en el experimento Jardín de Academus, no por generar una pasarela de inadaptados, sino justo por tensar las relaciones antes mencionadas. Es más cómodo permitir que el museo continúe como cubo blanco y que aquellos que nunca han visitado un museo sigan sin hacerlo, sin embargo el encuentro con el otro permite la confrontación, la discusión, la puesta en duda de los prejuicios de cada actor y en consecuencia la expansión de la experiencia y del conocimiento.

Considero que el aglutinante de las diversas acciones fue la búsqueda de un modo de relacionarse con el otro, el otro que tiene una cosmovisión propia, que posee otra forma de mirar, actuar, hablar y sentir. Fue plantear la educación como espacio de reflexión, que más que una instrucción institucional, busca construir redes.

En muchos encuentros de arte contemporáneo  se reprocha el sistema educativo acrítico del Estado, y su escaza inversión en el área de cultura, en la mayoría de estos encuentros concluyen que es necesario e irremediable la autogestión. Sin embargo, para ello es necesario generar reflexiones teóricas que nos den un marco para posicionarnos como productores de arte. Dentro el mismo jardín, la falta de este marco teórico provocó que la experiencia  rebasara a algunos artistas, unos no pudieron suspender el protagonismo al que están acostumbrados, otros solo reunieron sin ton ni son a  sus cuates sin tener realmente una propuesta en conjunto. Pero dentro de esta diversidad hubo artistas que sí lograron proponer, que no imponer, nuevas formas de resistencia cultural y de integración. Muestra de ello es que proyectos que iniciaron como ejercicios dentro del Jardín han continuado y logrado vida propia.

En cuanto a la relación con el MUAC, es necesario entender las limitaciones que tiene como aval del arte y garante de la institución, la escases de su personal y limitaciones de presupuesto, por lo menos para este tipo de proyectos, no sé si con aquellos que requieren  mejores muebles museográficos y obras extranjeras. En un lugar donde beber una botella de agua dentro de la sala 8 se convirtió en una batalla campal entre museo, curador, artista, producción y las personas que estaban muriendo de sed, entiendo que hasta el más mínimo detalle puede cobrar relevancia y recalcar ideologías.  Aprendí que no hay lugar para improvisación, y cómo burlar la burocracia para tener una taza de café sin tener que llenar formatos que nunca supe quien poseía.

No se trata de si el arte educa o educar a través del arte, sino generar una educación con un carácter estético que nos lleve a entender, comprender y explicar al otro desde nuestro horizonte hermenéutico y que hacerlo dentro de un museo universitario debería obligarlo a expander sus límites.

Es pues mi terquedad de imaginar mundos diferentes, que me impulsó a no tirar la toalla durante este proceso agotador que fue Jardín de Academus.

 

 

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