Muna Cann

A lo largo de la historia hemos comprobado que la recepción del arte contemporáneo por parte del público en general es un proceso arduo, complejo y falto de apertura hacia nuevas formas de ver el mundo. Aquí, el término “arte contemporáneo” se refiere al arte que se hacía simultáneamente en la época en la que se vivía, utilizando el término cronológicamente. Un ejemplo por excelencia para ilustrar esta situación es la pintura impresionista o el movimiento Dada. Así, notamos que ha llevado siglos a la humanidad para apreciar y asimilar el arte “contemporáneo” como tal.

Hoy en día se presenta la misma situación. Para muchas personas el arte contemporáneo es percibido como incomprensible, sin sentido, difícil de entender o algo que cualquiera puede hacer. Sin embargo, una de las características de éste es que busca estar cerca del público. Los artistas contemporáneos ya no se interesan solamente en la estética de sus piezas sino en provocar y propiciar sensaciones, experiencias, sentimientos y reacciones en el público receptor. Un elemento importante del arte contemporáneo es la interacción con las piezas y el proceso generado con el público mismo en esa interacción. El arte contemporáneo, y más específicamente el campo de las artes visuales, busca también romper con sus propios límites y explorar nuevos horizontes, por ejemplo, a través de investigaciones y trabajos conjuntos con diversos campos de la ciencia como la física, la robótica, la ingeniería, la tecnología, la química, la medicina, la biología; o entre campos de las humanidades como el teatro, el cine, la antropología, la sociología, la danza, etc.

Ante esta perspectiva se abren posibilidades infinitas de colaboración interdisciplinaria en el arte contemporáneo, siendo una de ellas el arte y la educación. Desde principios del siglo XX se pensó en el museo como un espacio en el cual se podían desarrollar actividades y acciones educativas para el público infantil como complemento de la educación escolar básica. Este aspecto fue y sigue siendo importante para contribuir con la educación no formal y extra curricular de los niños. También a principios del siglo XX, John Dewey (1859-1952), filósofo, pedagogo y psicólogo norteamericano y una gran influencia en el trabajo conjunto del arte y la educación, fue uno de los primeros autores en señalar que la educación es un proceso interactivo. Su aportación más importante en este ámbito fue su afirmación de que el niño no es un recipiente vacío esperando a que le llenen de conocimientos. Afirmaba que es vital que el aprendizaje se produzca a través de experiencias dentro y fuera del aula y no solamente a través de los maestros. En su texto “Arte como experiencia” (1934) Dewey afirma que la obra de arte es comúnmente identificada con un objeto ya sea un edificio, un libro, una pintura, una estatua, en su existencia separada de la experiencia humana. Su objetivo primordial es el de restaurar la continuidad entre las formas de experiencia que son las obras de arte y los eventos de la cotidianeidad, hechos, sufrimientos, que se reconocen universalmente como constituyentes de una experiencia.

Como podemos constatar, las ideas de Dewey son contemporáneas y siguen vigentes hoy en día. Muchos artistas contemporáneos lo toman como referencia, así como los departamentos educativos cuyos objetivos giran alrededor de la creación de experiencias significativas en los visitantes y de su acercamiento al arte. Pienso que hoy en día, refiriéndonos a nuestro tema de estudio: el arte y la educación tanto fuera como dentro de las instituciones, es necesario involucrar a los creadores, es decir a los artistas, para restaurar ese vacío que menciona Dewey entre obra de arte y experiencia humana. Pienso que sedeben propiciar e incentivar experiencias, en las instituciones y fuera de ellas, en las cuales el proceso de creación con los artistas sea el acercamiento por excelencia de todos los públicos al arte y específicamente a la creación contemporánea. Muchos artistas están interesados en el proceso de recepción de la obra por el público, en la creación colectiva y en el acercamiento del arte al público general, como lo pudimos constatar en la exposición Jardín de Academus en el MUAC, como lo constatamos también con el trabajo de artistas como Claudia Fernández con su proyecto “Meteoro”, Thomas Hirshorn y su “Museo Albino”, Edgar León con “Ventanas”, Gustavo Artigas con “Constructing Backwards” y muchas otras iniciativas artísticas tanto individuales como institucionales.

Convivir, crear, discutir con los artistas, desmitificar la figura del artista, vivir con ellos un proceso creativo hasta llegar a cambiar su curso o intervenirlo, no a manera de taller si no a manera de laboratorio de experiencias artísticas, es como yo imagino el punto de encuentro entre arte y educación. A través de la vivencia de experiencias artísticas directamente con los artistas y propiciando el aprendizaje significativo dentro de las instituciones pero también en el espacio público y en comunidades específicas, podemos pensar en alcanzar una forma de transformación social en el sentido en el que Joseph Beuys lo planteaba, destacando el poder del arte como una forma de reunión, diálogo y aprendizaje. Su papel como maestro y propulsor de reformas educativas que aspiraban a desembocar en una auténtica transformación cultural, siendo el arte no solamente un agente en esta transformación sino una forma verídica de ser en el mundo, como la manera en que la creatividad humana puede alcanzar relaciones cabales, consecuentes y armónicas con esa fuerza poderosa que llamamos naturaleza.

Si definimos educación, en un sentido constructivista, podemos decir que es el aprendizaje que requiere ciertos componentes: la participación activa del educando quien interactúa con el mundo, se le manipula para llegar a conclusiones, experimenta, incrementando así la comprensión; los experimentos son cruciales para el aprendizaje constructivista. Podemos concluir que esta construcción y experimentación se puede propiciar evidentemente a través del arte.

 

 

 

 

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