INSTALACIÓN COORDINADA POR LORENA WOLFFER CON LA PARTICIPACIÓN DE DONADORAS ANÓNIMAS Y MUJERES ALBERGADAS EN EL REFUGIO NUEVO DÍA DE DIARQ IAP

Lorena Wolffer

Hablar de las experiencias que ilustra Evidencias entraña hablar de un proceso que apenas inicia y que, hasta el momento, ha incluido la participación de cincuenta mujeres aproximadamente. A las usuarias del Refugio Nuevo Día de Fundación Diarq IAP las conocí de manera muy cercana durante largas entrevistas en las que cada una me compartió, de primera mano y en sus propias palabras, su historia. Con algunas otras sostuve breves encuentros puesto que, tras haber donado el objeto que solicitaba mi convocatoria, acudieron a colaborar en el montaje de la obra en el MUAC. Con el resto mi relación se gesta a través de los objetos donados de forma anónima, de sus voces enunciadas en los testimonios que los acompañan. Cada una de ellas está presente en esta obra.

La idea detrás de Evidencias ha sido recabar objetos domésticos empleados para ejercer cualquier tipo de violencia hacia las mujeres, donados por ellas o adquiridos por mí a partir de los testimonios de algunas de las usuarias del Refugio Nuevo Día. Con la intención de revelar la sutileza y normalidad con la que se ejerce la violencia hacia las mujeres, la obra está compuesta por los objetos y testimonios de cada una de quienes eligieron participar. La mayoría se refieren a experiencias propias, pero otras manifiestan y visibilizan las historias de mujeres que ya no están entre nosotros para contarlas.

La pieza ostenta una fuerza peculiar: todos podemos identificarnos con los objetos ahí desplegados, todos tenemos en casa una vajilla, un cuchillo, un martillo, una aguja, una almohada o una cobija. A primera vista los objetos inertes son inofensivos y nos refieren únicamente a sus uso cotidiano. Sin embargo su significado cambia tras leer el primer testimonio: cada objeto, de manera individual y en su conjunto, adquiere una connotación distinta. Cada uno se transforma en un arma potencial y la mente empieza a divagar imaginando cómo fueron utilizados para agredir a una mujer. En este contexto, el tránsito de los objetos desde nuestros espacios íntimos y privados hacia la esfera pública produce desconcierto. Cada uno transporta al espectador al interior del área doméstica de donde el objeto provino, un espacio en el que la legalidad pública ha sido anulada para dar lugar a la yuxtaposición de una serie de normas en las que la violencia hacia las mujeres ocurre común, normal y naturalmente.

Como toda obra, Evidencias ha supuesto un proceso que resulta invisible para quienes la observaron en Jardín de Academus o para aquellos que hoy pueden visitarla en su versión electrónica en el Museo de Mujeres Artistas Mexicanas (www.museodemujeres.com). Para quienes participamos en su montaje y desarrollo, Evidencias ha sido, más que una obra acabada, una experiencia de intercambio, enseñanza, solidaridad y complicidad. Las conversaciones y los encuentros que tuvieron lugar entre las mujeres durante los dos días de montaje en el MUAC confirmaron, una vez más, que la violencia de género no es un asunto privado que deba permanecer confinado al interior del hogar. El mero hecho de mostrar públicamente los objetos y sus respectivos testimonios, nos remite a la importancia de las experiencias particulares y absolutamente singulares, que no a las estadísticas y porcentajes oficiales. Para las mujeres que donamos objetos implica una suerte de sanación, y propone que uno de los escasos medios para denunciar, combatir y sanar la violencia es a través de lo singular, a través de contar y compartir lo vivido individualmente, y de la catarsis que con ellos logramos.

Como lo dije al inicio, Evidencias es una experiencia que apenas comienza. Mi intención es llevar la obra a distintos espacios e ir recabando más y más objeto, más y más testimonios. En este sentido es un obra potencialmente sin final, y su objeto se encauza a ir sumando voces, voces singulares, que  juntas, se escuchen clara y enérgicamente.

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